Recuerdo bien la historia de Laura, una mujer de 35 años, con buena condición económica, sin hijos. Había tenido parejas, pero todas de corta duración. Laura se definía como una mujer sexualmente abierta, sin tabúes en la cama, y hacía todo lo que sus parejas le pedían. Al final, le pregunté:
¿Sientes placer en lo que haces?
¿Tienes orgasmos?
¿Tus expresiones corporales están en sintonía con tus emociones?
¿Tus gemidos son verdaderos?
Para todas las preguntas, Laura me dio la misma respuesta: NO.
Nunca he tenido un 0rgxsmo. Casi no siento placer en lo que hago.
Es difícil que el desempeño, el "arte de actuar", esté en armonía con el placer. Placer requiere entrega, relajación, conexión, vulnerabilidad y deseo.
En una cultura que nos invita a comer rápido, a caminar rápido, a hacer todo rápido, el placer queda olvidado. En la sociedad de hoy, lo que importa es la velocidad de la pxnxtración o los sonidos en alto volumen como sinónimo de satisfacción. Fuimos educados para creer que el placer habita en la diversidad de posiciones, en la cantidad de parejas que tengamos. Al final, lo importante es no "perder la oportunidad". Sin embargo, lo que experimentamos muchas veces es un sxo superficial, distante del verdadero placer.
Aquí surge una pregunta importante: ¿cuándo fue la última vez que nos conectamos de verdad con nuestro cuerpo y nuestras emociones durante el sxo?
Más allá de la técnica o el "desempeño", el placer necesita espacio, tiempo y presencia. Es necesario redescubrir qué nos genera placer.
Porque el placer no es algo que se actúa o se "hace bien". Es algo que se siente, que se vive en conexión con uno mismo y, ojalá, con el otro.
Por Claudia Carvalho
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